PENSAMIENTOS LÚGUBRES Y EN VOZ ALTA DEL TEMBLOR DEL JUEVES
Desde hace rato el estado, el
país y el mundo vienen cascabeleando, las razones son más humanas, que
meteorológicas. Es más, puedo apostar que dejan mucho más víctimas las
perversiones del ser humano, que los fenómenos naturales.
Pero la sacudida del jueves ha
sido, dicen los que saben más de la cuenta, un llamado de atención del buen
Dios. Para que nos arrepintamos a tiempo, antes que llegue el día final, cuando
los pecadores arderemos por completo en el averno, mientras los buenos
corderos, poco antes del fin se irán volando junto con Cristo, quien retornará
en los aires y se los llevará con él. Irán con el Maestro los vivos y muertos,
que hayan confiado en Cristo como su Salvador.
Pensar diferente, es por sí
mismo, un pecado. Lo escrito, escrito está, y tal parece nuestro libre albedrio
es tanto nuestra salvación, como nuestro fin. El fin del mundo es un hecho, en
donde tal parece, ni el propio Arquitecto del Universo tiene derecho a
arrepentirse, o a realizar una maniobra diferente. Solo de nosotros depende, si
volar con él, entre las nubes, o vagar cual alma en pena por lo extenso del
infierno.
Sin embargo ya es domingo, y el
susto del jueves no ha desaparecido, pero hemos descubierto que la incredulidad
es más grande, incluso, que el terremoto de 8.2 grados de hace 2 días atrás. Es decir; aun esperamos que los medios masivos nos informen si alguien ha sido raptado divinamente, no terrenalmente, para confirmar que efectivamente, ha llegado el fin del mundo. Historia que es el pan nuestro de cada día.
Lo cierto es que el jueves, a los
que ya hasta rezar u orar se nos había olvidado, volvimos a recordar los
estribillos al pie de la letra, esa noche nos volvimos a descubrir, una vez
más, insignificantes, frágiles e indefensos.
Nos topamos de nuevo con
argumentaciones conocidas. E inmersos en la noche, volvimos a dar fe, que lo
material vale menos que la vida, que los conflictos ideológicos son nada ante
la muerte, y que incluso, no hay mayor placer que vivir, amar, servir, ser
feliz. Y todo esto, no como una obligación, sino como un proceso natural, que
no es forzado, que no es impuesto, y que además no es igual para todos.
Nos dimos cuenta de infinidad de cosas,
tanto niños, jóvenes, adultos, ancianos, todos nos asomamos a una verdad
existencial, filosófica, sociológica, divina, etcétera, cada quien utilizando
la noche cual si fuera un biombo, se despojó de sus vestimentas, de sus
máscaras, y desnudo ante el miedo, ante una posible réplica de aquel terremoto
interminable, ante pensamientos aterradores, vimos en nuestros cuerpos, esas
cicatrices que parecían enormes, empequeñecerse. Vimos como el dolor, la
envidia, el recelo, la competencia, los niveles, no importaban. Nos conocimos y
se liberó el verdadero ser que posiblemente tenemos encadenado, por los
prejuicios.
Todos en la calle, en trusa, o
con una camisa por escudo, abrazando a la mascota, o con el remordimiento de
haberla dejado en casa, sujetando a los seres queridos, como nunca. Algunos
calmos, otros aterrados, pero al fin juntos. Mientras de un lado a otro los
cables de energía eléctrica se mecían por encima de nuestras cabezas,
amenazando con darnos el golpe final.
Es indudable que seguimos siendo
rehenes de nuestros instintos, el miedo a la muerte es el más constante, por
eso el de la sobrevivencia se impone. Y ante lo que vivimos hace 2 días, hay
quienes aseguran que no aprendimos la lección, más no es así. Sí la aprendimos,
sí conocemos las consecuencias de nuestras acciones, sabemos quiénes somos, nos
alertamos ante lo desconocido, temblamos ante la muerte expedita, y aunque no
somos un portento de valientes, estamos dispuestos a dar la vida por lo que más
amamos.
El temblor del día jueves 7, nos
zangoloteó de cuerpo entero, y supimos que no somos para siempre, reconocimos
que del mundo nadie saldrá vivo, pero igual con el transcurso de las horas,
hemos vuelto a vestirnos como de costumbre.
A pesar del terremoto, a pesar de
las consignas del fin del mundo, a pesar de sentir el temor, y de sentirnos frágiles,
con el pasar del tiempo, seguimos con nuestros mismos hábitos. Nadie se despojó
de sus bienes materiales, más los que lo perdieron todo, incluso la vida.
¡Gracias a Dios no pasó nada! Y entre la zozobra del jueves y la esperanza de
los días venideros, seguimos creyendo, a mi parecer, que el fin del mundo será
ocasionado por designio y obra de Dios, cuando es visto, que nuestro finiquito
y posible extinción vendrá de nuestra indiferencia por enderezar nuestro paso
por el mundo, de nuestro capricho de seguir dando más valor al dinero, a los
bienes, que a la vida.
Pero bueno, para muchos es el fin
del mundo, opinión que no comparto, en todo caso podría ser el fin de la
humanidad, pero no se trata de ver quién tiene o no la razón, en estos
momentos, se trata de ser conscientes de que la hecatombe más destructiva que
existe en el mundo, somos nosotros mismos, no existe huracán que nos supere, no
existe temblor que cause más estragos que los que hoy claman a Dios, que los
que hoy piden perdón, que los que hoy sienten cerquita el fin y se golpean el
pecho como seres humano imperfectos y pecadores.
Nuestro mañana es la muerte
física, y moriremos, o, a manos de un asaltante, o de un paro cardiaco, quizá
un gigantesco meteorito, o, a lo mejor atropellados, o volando en pedazos, por
un arma nuclear, o por un simple resbalón. Y quizá, nos daremos cuenta, en los
minutos, las horas, los años que nos queden de existencia, que aquí está
nuestro infierno, nuestra gloria y nuestro cielo.
Adiós mundo. Y me despido como el
poeta mexicano Amado Nervio, digo Nervo, quien al final de su poesía, que lleva
por título “EN PAZ”, hace las paces con él, el mundo y la vida … “Vida nada te debo, vida estamos en paz”.