Cuando el Monstruo Despierta (a propósito de las secuelas del martes 19)


Entre la devastación, entre las ruinas que ha dejado el terremoto del día martes 19, los mexicanos emergen de las cenizas, solidarios, valientes, esporádicos, heroicos. Nada les detiene, nada les amedrenta, su fin único, es salvar los cuerpos, rescatar y quitar escombros, aunque la vida se les vaya en ello.

Aquí no hay falsa cursilería, no cabe un falso discurso, no hay espacio para un falso sentimiento, mucho menos para profetas. Cada quien es consciente de que su responsabilidad además de preservar la vida, es cuidarla, y rescatarla, aunque sea en pedazos, incluso, aunque no haya esperanza.

Cuan complejos somos, pero ante el holocausto, ante la posible extinción, ante la devastación, nos agigantamos, evolucionamos, e incluso, quizá de manera inocente, hacemos empequeñecer al mismo cataclismo.    

Desde lo alto, desde el cielo, si otro ser humano nos mirase, nos asemejaría a esas laboriosas hormigas, que se entregan a la ardua tarea, organizadas, fortalecidas en unidad, cargando escombros más allá de sus posibilidades, escarbando, picando y paleando con estoicismo esas montañas interminables de concreto, varilla y fierro.

Es ahora, que reconocemos parte de nuestra verdad, es en este momento que sabemos identificarnos, no solo como mexicanos, sino como parte de este mundo, con los animales, con los árboles, con el sol, con la tierra, con los elementos.

El temblor del pasado martes 19, no sólo derrumbó edificios, no sólo cobró vidas inocentes. La sacudida destruyó prejuicios, mermó los dogmas que llevamos tatuados en nuestros genes, sucumbió los estereotipos sociales y mentales, y nos dio el valor de sensibilizarnos, de mostrarnos, no ante el mundo, ante nosotros mismos, que sí es posible organizarnos como ciudadanos, que sí es posible coincidir en nuestras diferencias, que somos el paliativo para todos los males.

Así se percibe, así nos empezamos a observar, luego de la devastación, destruidos quedaron los prejuicios, los dogmas. Y este hecho es digno de ser replicado, y puesto en marcha para reconstruir nuestro país, fuera de cuestiones religiosas, con ese aire fresco de sabernos mexicanos, no militantes. Con esa libertad de sabernos gigantes, con esa unidad, que nos hace ver, posiblemente, como un monstruo, al que hoy temen autoridades, políticos, partidos, medios de comunicación e igual religiones.

Es peligroso un pueblo despierto, pensarán para sus adentros,  nuestros hostigadores. Y es que el martes 19, despertamos del letargo, una vez más, vimos que la fuerza la tenemos los mexicanos, que somos más, los que buscamos un mejor país, que aquellos opresores, que aquellos profetas que vienen y van cada tres o seis años, y nunca podrán cambiar, lo que nos toca cambiar a nosotros como pueblo.

¡Qué enseñanza nos deja este nuevo temblor! ¡Qué lección nos regala este fenómeno natural! Esperemos la monotonía de los días políticos, y electoreros, la palabrería adormecedora de nuestros represores, el vaivén mediático de nuestros infames consejeros, el abominable sentido protector del sistema, no haga volver a dormir al monstruo, no nos domine, no nos sucumba, y nos haga hibernar otros 30 o 40 años más.


El tigre siempre está soñando en rojo, dijo una vez un poeta, que en mala hora no recuerdo su nombre, ¿nosotros qué somos? ¿En qué soñamos? Esas preguntas en estos días se responden solas. Aunque no sé si voy bien o me regreso.





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