Carta de Navidad
Por Juan Virgilio Gamas Rueda
Queridos lectores:
Algo me dice que muchos de ustedes andan medio tristones. Como que esta Navidad del 2015 les pesa más que las anteriores; intuyo que en lugar de vivirla en paz y en armonía, les representa un esfuerzo en muchos sentidos. "Odio estos días. Los odio por el tráfico insoportable, por los gastos excesivos, por las comidas de regalos de intercambio y por las reuniones familiares súper forzadas", tal vez piensen con un dejo de amargura. Es cierto, hay algo en esta época del año que nos pone particularmente sensibles. Sin proponérnoslo, en nuestro fuero interno resurgen viejos resentimientos que creíamos superados. "A mi mamá nunca le gustaban mis regalos de Navidad. Decía que eran cursísimos". "En mi casa la noche del 24 siempre terminaba en drama". "Ignoro por qué siempre en los intercambios de regalos invariablemente me toca el más chafa". "Cuando era niña, Santa Clos jamás me traía lo que le había pedido". "El año pasado, mi nuera me regaló un 'roperazo' de pésimo gusto". "Si fuera por mí, el jueves me quedaría todo el día en cama. Al fin que nadie notaría mi ausencia". "No soporto a la ridícula de mi suegra. Siempre con sus pinches indirectas...". "Espero que no venga a la cena mi cuñado. Desde que trabaja con el secretario Osorio Chong, ya ni me dirige la palabra". "¿Van a venir a la cena los hijos de Carmelita? ¡Qué horror! Son insoportables; además de tragones, están muy mal educados". Etcétera, etcétera.
Confío, sin embargo, que tenga algunos lectores que vivan estos días con gran ilusión, así como yo. A ustedes les digo con una gran sonrisa y con el corazón en la mano: "¡¡¡Feliz Navidad!!!". Seguramente muchos de ustedes disfrutan del árbol todo encendido con sus lucecitas y del nacimiento con todo y los burros. Tal vez piensan que ésta es una ocasión espléndida para convivir aún más con la familia. Para volver a ver a muchos de sus familiares que no veían hace mucho tiempo. Como yo, no faltará quien recuerde con nostalgia las posadas del Club Vanguardias, la cena en casa de sus abuelos, y quizá algún espléndido regalo que recibieron de niños y que no se esperaban como por ejemplo la primera bicicleta, los primeros patines de marca Remington, o la colección completita del Tesoro de la Juventud. Imagino que estos días han de haber puesto muchos mensajes de Navidad en sus redes, y han de haber hojeado por milésima vez los álbumes familiares. Espero que no hayan olvidado mandar felicitaciones a los tíos lejanos y a sus ex compañeros de colegio y universidad. Quiero pensar que ya perdonaron, hace mucho tiempo, los malos entendidos entre hermanos y amigos. Y que lo único que esperan, en estos días, es reencontrarse con sus familiares. También eso espero de todo corazón.
Lo más seguro es que tenga lectores particularmente agobiados. En ellos también pienso. Pienso que este año a lo mejor no les alcanzó su aguinaldo para pagar sus deudas, hipoteca, aguinaldos y hasta las vacaciones familiares que tanto prometió. A ustedes los imagino muy cansados, malhumorados y especialmente desencantados. Están hartos de todo. No creen en nada ni en nadie. Y lo que es peor: no tienen ganas de celebrar ninguna festividad. Bueno, ni apetito han de tener. Este año, obviamente, no quieren gastar en regalos, ni en pavos, ni mucho menos en comidas familiares. "Son puras pendejadas", quizá piensan. Desde que empezaron las vacaciones, se pasan las tardes viendo el Discovery Chanel o una vieja película mexicana de Fernando Soler. Para colmo, sienten que se les ha pronunciado más su gastritis y sus insomnios. Imagino que lo que más les pesa es empezar el año con deudas, con temores de perder su chamba por los cambios en el gobierno y sintiéndose más viejos que en el 2015. El 24 de diciembre, por no dejar, cenarán con la familia en pantuflas. Sintiéndose como se sienten les dirán que sí a todo a los nietos, al llamarlos se confundirán con su respectivo nombre y con sus edades y se despedirán de ellos con una absoluta indiferencia. Lo más probable es que se vayan a la cama "medio mareados" por los mezcalitos que tomaron y con una depresión del carambas.
Queridos lectores. Nada me gustaría más que dirigirme personalmente a cada uno de ustedes: optimistas o pesimistas. Me encantaría redactarles una tarjeta navideña individual de esas muy bonitas que solían venderse en Woolworth y enviárselas por correo hasta su respectivo domicilio. No importa si viven lejos, si están hasta Monterrey o habitan en Estados Unidos. Lo que deseo es decirles que para mí, queridos lectores, son muy importantes. ¿Qué haría sin ustedes? Una buena parte de mi vida dejaría de tener sentido. Siento que conforme pasa el tiempo los quiero cada vez más. Me preocupan. Me entusiasman. Me conmueven. Y nada me gustaría más que darles un beso y un abrazo bien apretado. Suya para siempre, Guadalupe Loaeza.
Algo me dice que muchos de ustedes andan medio tristones. Como que esta Navidad del 2015 les pesa más que las anteriores; intuyo que en lugar de vivirla en paz y en armonía, les representa un esfuerzo en muchos sentidos. "Odio estos días. Los odio por el tráfico insoportable, por los gastos excesivos, por las comidas de regalos de intercambio y por las reuniones familiares súper forzadas", tal vez piensen con un dejo de amargura. Es cierto, hay algo en esta época del año que nos pone particularmente sensibles. Sin proponérnoslo, en nuestro fuero interno resurgen viejos resentimientos que creíamos superados. "A mi mamá nunca le gustaban mis regalos de Navidad. Decía que eran cursísimos". "En mi casa la noche del 24 siempre terminaba en drama". "Ignoro por qué siempre en los intercambios de regalos invariablemente me toca el más chafa". "Cuando era niña, Santa Clos jamás me traía lo que le había pedido". "El año pasado, mi nuera me regaló un 'roperazo' de pésimo gusto". "Si fuera por mí, el jueves me quedaría todo el día en cama. Al fin que nadie notaría mi ausencia". "No soporto a la ridícula de mi suegra. Siempre con sus pinches indirectas...". "Espero que no venga a la cena mi cuñado. Desde que trabaja con el secretario Osorio Chong, ya ni me dirige la palabra". "¿Van a venir a la cena los hijos de Carmelita? ¡Qué horror! Son insoportables; además de tragones, están muy mal educados". Etcétera, etcétera.
Confío, sin embargo, que tenga algunos lectores que vivan estos días con gran ilusión, así como yo. A ustedes les digo con una gran sonrisa y con el corazón en la mano: "¡¡¡Feliz Navidad!!!". Seguramente muchos de ustedes disfrutan del árbol todo encendido con sus lucecitas y del nacimiento con todo y los burros. Tal vez piensan que ésta es una ocasión espléndida para convivir aún más con la familia. Para volver a ver a muchos de sus familiares que no veían hace mucho tiempo. Como yo, no faltará quien recuerde con nostalgia las posadas del Club Vanguardias, la cena en casa de sus abuelos, y quizá algún espléndido regalo que recibieron de niños y que no se esperaban como por ejemplo la primera bicicleta, los primeros patines de marca Remington, o la colección completita del Tesoro de la Juventud. Imagino que estos días han de haber puesto muchos mensajes de Navidad en sus redes, y han de haber hojeado por milésima vez los álbumes familiares. Espero que no hayan olvidado mandar felicitaciones a los tíos lejanos y a sus ex compañeros de colegio y universidad. Quiero pensar que ya perdonaron, hace mucho tiempo, los malos entendidos entre hermanos y amigos. Y que lo único que esperan, en estos días, es reencontrarse con sus familiares. También eso espero de todo corazón.
Lo más seguro es que tenga lectores particularmente agobiados. En ellos también pienso. Pienso que este año a lo mejor no les alcanzó su aguinaldo para pagar sus deudas, hipoteca, aguinaldos y hasta las vacaciones familiares que tanto prometió. A ustedes los imagino muy cansados, malhumorados y especialmente desencantados. Están hartos de todo. No creen en nada ni en nadie. Y lo que es peor: no tienen ganas de celebrar ninguna festividad. Bueno, ni apetito han de tener. Este año, obviamente, no quieren gastar en regalos, ni en pavos, ni mucho menos en comidas familiares. "Son puras pendejadas", quizá piensan. Desde que empezaron las vacaciones, se pasan las tardes viendo el Discovery Chanel o una vieja película mexicana de Fernando Soler. Para colmo, sienten que se les ha pronunciado más su gastritis y sus insomnios. Imagino que lo que más les pesa es empezar el año con deudas, con temores de perder su chamba por los cambios en el gobierno y sintiéndose más viejos que en el 2015. El 24 de diciembre, por no dejar, cenarán con la familia en pantuflas. Sintiéndose como se sienten les dirán que sí a todo a los nietos, al llamarlos se confundirán con su respectivo nombre y con sus edades y se despedirán de ellos con una absoluta indiferencia. Lo más probable es que se vayan a la cama "medio mareados" por los mezcalitos que tomaron y con una depresión del carambas.
Queridos lectores. Nada me gustaría más que dirigirme personalmente a cada uno de ustedes: optimistas o pesimistas. Me encantaría redactarles una tarjeta navideña individual de esas muy bonitas que solían venderse en Woolworth y enviárselas por correo hasta su respectivo domicilio. No importa si viven lejos, si están hasta Monterrey o habitan en Estados Unidos. Lo que deseo es decirles que para mí, queridos lectores, son muy importantes. ¿Qué haría sin ustedes? Una buena parte de mi vida dejaría de tener sentido. Siento que conforme pasa el tiempo los quiero cada vez más. Me preocupan. Me entusiasman. Me conmueven. Y nada me gustaría más que darles un beso y un abrazo bien apretado. Suya para siempre, Guadalupe Loaeza.
FUENTE: REFORMA