En el ViaCrucis de Tamulte
No pude estar desde el principio, pero lo que logré ver, sentir
y oír, volvió a causar estremecimiento en mi persona, miles de gentes siguiendo
la representación, con un sol quemante, con un asfalto que parecía hervir, pero
con una fe inquebrantable.
Independientemente de las atrocidades que se han cometido en
nombre de la iglesia, y del cinismo de algunos hombres de fe, es en estos días
donde se puede constatar la grandeza de quienes humildemente, y sin tanta
faramalla, conciben, reconocen y valoran la grandeza de Dios.
Es el pueblo que busca a Dios, una búsqueda internamente
masiva, una necesidad primaria, un peregrinar, un viacrucis que se reconoce y
toma mayor significado cuando se vive la vida, cuando se fracasa, más que
cuando se triunfa, cuando se padece, más que cuando se tiene todo, cuando
estamos perdidos, cuando pareciera que morimos en vida, ahí siempre
encontraremos a Dios, ahí siempre encontraremos a su hijo Jesucristo, ahí
encontraremos nuestra fe, ahí nos encontraremos a nosotros mismos, porque
cuando estamos exhaustos de ser quienes aparentamos ser, porque cuando se nos revierte
todo, cuando no se encuentra sosiego, cuando nuestras cadenas nos sucumben, es en verdad donde comenzamos a
hacer nosotros mismos, nos volvemos humildes, sencillos, mansos, y bajamos
nuestros fusiles, y somos la hoja que cae del árbol, y el aire mueve a voluntad,
y somos lo que siempre hemos sido, y buscamos con afán, con todos nuestros sentidos,
la bendición, la mano y benevolencia de Dios.
Y no quiero decir que debemos vivir en las peores
condiciones humanas, o ser espíritus apesadumbrados, no, eso nunca, pero
debemos tener la fe, que todo lo que nos ocurre es para bien, que a pesar de
las experiencias más amargas de la vida, siempre debemos obligarnos a salir
adelante, porque es nuestra responsabilidad, nuestra prioridad y es como
hacemos honores a la gratitud de vivir, a nuestros padres, a nuestra
generación, a la humanidad, a Dios.
Por eso me conmueve, ver que año tras año, un alma nueva
carga la cruz, que terminan el viacrucis, exhaustos, moribundos, extenuados,
pero con renovada visión, con un sentido más claro de la vida, con una fe y
seguridad en sí mismos enorme, con una conexión transparente y reconocible al
mundo y todo lo que nos rodea. Es una experiencia de sanación, y reconocimiento, de auto-reconocimiento.
Mientras todos vemos ese gran milagro, ese gran episodio en
la vida de los seres humanos que conforman este gran viacrucis, esa representación
que sigue haciéndonos reflexionar por lo que somos, y lo que nos tocó vivir,
los campesinos, la gente pobre, que llevan a sus hijos, a su esposa, a su
familia, sin importarles que fueron los españoles que nos hicieron al
catolicismo, sin importarles que el exceso de sol produce cáncer, sin
importarles si llevan o no dinero, si visten o no bien, sin importarles más
nada que la fe, el estar bien con el creador, el ir instintivamente a donde el corazón
les dicta es en verdad un acto que conmueve y da el vigor para soportarlo casi
todo, sino es que todo.
Hoy llegué tarde al viacrucis, pero me conmoví viendo a la
gente, su pasión, su creencia tan fundamentada, tan firme, tan sencilla, tan
real. Hoy llegué tarde, y me volví a convencer, que todos jugamos un papel
trascendental en la vida, que nadie es más que nadie, que todos somos iguales,
que somos imperfectamente iguales, que venimos a vivir, a cavilar, pero a
vivir, a cometer infinidad de errores, y por ende a mejorar.
Cuando se valora cada
minuto de las experiencias de la vida, es cuando aprendes o te enseña la vida
la lección. Unos llaman castigo, pero no es cierto Dios no castiga, no trata de
aniquilarte, trata de enseñarte, pero sus métodos son diferentes a los
acostumbrados.
Qué hermosa es la vida, qué hermoso es esta fuerza que nos
hace estremecernos, que nos hace unirnos, que rompe estereotipos, que trasgrede
las barreras de los niveles sociales, que hace que un señor todo sudoroso,
llore, junto con su hija en brazos, que provoca, que te insta a vivir, a vivir, a vivir.
Todos llevamos nuestras cruces a la espalda, todos de cierta
manera nos hemos atado a ella, nos hemos flagelado, nos hemos puesto nuestra
corona de espinas, ojala (y pido disculpa a lo mejor por la blasfemia) y
empecemos a resucitar, y empecemos a ver las cosas como realmente son, o como
debemos verlas, que caminemos a nuestro destino, que perdonemos, que seamos
tolerantes, que seamos condescendientes, que seamos leales, que defendamos
nuestra vida, y que reconozcamos nuestra libertad. El principio creo yo,
lanzando un comentario aventurero, es reconociendo a nuestro creador, y agradeciéndole
por todo lo que nos rodea, de la manera más sencilla que conocemos, orando,
rezando, pero sobre todo, viviendo, viviendo con todas nuestras fuerzas.