CÓMO ESCRIBIR UNA EPOPEYA, y no morir en el intento. Loba de Verónica Murguía.
Vicente Gomez Montero
Los modernos escritores no
apuestan. Escriben lo que será ganancia. Sagas, o epopeyas, utilizando mal el
término, aparecen y desaparecen con inusitada rapidez ante la mala complacencia
del lector, que ya no es juez de lo que lee, sino ferviente fan del escritor.
Saga tras saga, sin pudor al decir el tan eminente nombre, vemos en los
estantes de librerías venderse como pan caliente. La ambición, supongo romperá
el saco en algún momento. Por eso, me atreví a leer Loba; bueno, por eso y
porque Daína Chaviano, escritora, autora de Un hada en el umbral de la Tierra,
dijo que iba a presentarla en la ciudad de México después de su visita a
Tabasco. Compré el libro en una tienda de departamentos, pagué incluso el
monto, confiando que Daína sería buena crítica al par que buena escritora. Leí
con tiento. El comienzo era como el de las mejores novelas de Fantasía. Digna
de Úrsula K. LeGuin. La sorpresa dio en mi ánimo. Admirado, pasé página tras
página con la misma ilusión con que leí a los 13 años La Ilíada. Qué lenguaje,
por todos los santos. Homero, Shakespeare. No exagero. Bueno, sí, exagero un
poco. Porque el lenguaje convenía con los tiempos. Es decir, esos tiempos
mágicos, bárbaros, hechicerescos de Loba.
Escrita en tiempo inmemorial,
como Tolkien, Lewis, Moorcock, la novela avanza definiéndonos un mundo en el
que la fuerza se hizo con el poder, donde la benevolencia es cosa de esclavos,
aldeanos o débiles. Los reyes, bárbaros, tiranos, poderosos, se alían o
enfrentan según convengan a sus malvados intereses. Soledad, princesa, criada
como soldado ante la inmoral complacencia del padre, el rey Lobo. Este hombre,
macho alfa, indigno, supersticioso y falaz, será quien lance a la heroína de
esta épica narración al encuentro con su destino. ¿Recuerda el lector algún
personaje femenino de la mitología o del cosmos olímpico que pelee contra su
destino? No, verdad. Todas son mujeres de su casa, obligadas por la tradición
machista a ser sólo mujeres. Claro, escrita por mujeres, Loba da un giro por
demás interesante a la historia. Criada como varón, porque su padre culpa a la
magia, a los magos, de no procrear sino hijas, Soledad recorrerá una terrible
hazaña donde la cordura, la magia, la pasión, el odio y la guerra irán forjando
su carácter para llegar a la conclusión de que la guerra es el destino maldito
de los tarados. Es decir, de los que tienen una tara. La lucha de la loba
contra el dragón, es el momento crucial de la novela. La leyenda de santa Marta
apoya el antecedente principal. Aquí es justo que nos detengamos en una
reflexión.
Cuenta la leyenda, que en un
bosque, situado entre Arles y Aviñón, había por aquel tiempo un dragón. Esta
fiera a veces salía del bosque, se sumergía en el río, volcaba las
embarcaciones y mataba a cuantos navegaban en ellas. Santa Marta, atendió los
ruegos de la gente de la comarca, y dispuesta a liberarla definitivamente, se
fue al bosque a buscar a la fiera. Santa Marta se acercó sin temor, la roció
con agua bendita y le mostró una cruz. La bestia, al ver la cruz y sentir el
contacto con el agua bendita, se tornó mansa como una oveja. Santa Marta se
acercó nuevamente a ella, la amarró por el cuello con el cordón de su túnica,
la sacó a un claro, y allí los hombres de la comarca le dieron muerte. Desde
entonces, el lugar comenzó a llamarse Tarascón que era el nombre del Dragón.
Una vez que terminó con la fiera que era el azote de la comarca, Santa Marta,
decidió dedicarse al ayuno y la oración en aquel bosque y pronto se le unieron
varias mujeres. Edificó entonces una basílica dedicada a la Virgen María, y un
convento anexo en el que todas ellas organizaron su vida en comunidad a base de
penitencia y oración. Soledad es la santa Marta que
acaba con el dragón. Cumple un destino que está escrito para ella, rompiendo el
esquema de los héroes varones con destino exclusivamente hecho para ellos. Sí.
Pero el dragón tiene una
contraparte. Una bestia fabulosa igualmente extraña. El unicornio y el dragón
se enfrentan. Antítesis bestial, ellos no ordenan el mundo. Crean el caos que
Soledad será la única en ordenar. La aparición de ambas bestias recuerda esa
escena maravillosa donde Úrsula K. LeGuin habla con el aprendiz de mago.
Recuerda la aparición de la unicornia en la novela de Peter S. Beagle. Mucho me
agrada que Verónica Murguía, hoy ya entre mis autoras preferidas, no haga ver
al unicornio como ese caballito estúpido que cabalga entre nubes y que las
poetas ñoñas quieren hacernos creer que es el culmen de la fantasía. El unicornio al que la loba se
enfrenta es emblemático, feroz, aguerrido. Es digno estandarte medieval. Los
telares de Cluny así lo ejemplifican y Murguía describe precisamente al animal
del grabado. Soledad lucha con ambos, porque incluso el Bien tiene sus leyes.
Loba es una obra densa, sí. Detallada. Es un gran logro narrativo. Vuelvo a
pensar en Homero cuando la leo. El lenguaje, los barones que sirven al rey
Lobo, sedientos de poder, ambiciosos, malvados, nobles unos, perversos otros,
recuerdan al lector que la Humanidad tiene dos aristas. En el detalle, en ese
momento fervientemente exacto en el que Murguía describe, encontramos las
panoplias, los escudos, las grecas, los neblíes, las armas, espadas, corazas,
yelmos que van delineando la historia. Claro, una obra vasta da para muchas
lecturas, desde la acción guerrera – que, por cierto la escribe una mujer, para
vergüenza de muchos varones – hasta lo sobrenatural. Los magos de Alosna,
enemigos jurados del rey Lobo, vigilan desde su olla mágica los ires y venires
de lobos y magos, de tungros, enemigos bárbaros, y de las bestias fabulosas.
Erec, el líder de los magos, remembranza de ese Ged de la LeGuin tiene a sus
órdenes animales y bestias del bosque y del corral. Pero el joven mago Cuervo
es quien desencadena los acontecimientos al despertar a la bestia. Cuervo
despierta al dragón en esa actitud soberbia de juventud creyendo que podrá
dominarlo. El dragón lo marca, el Mal marca. Cuervo tendrá una mano inútil,
fea, destruida por su tonta pretensión. Quien baila con el diablo no vuelve a
ser el mismo aunque deje de bailar.
Lo mismo sucederá con Ámbar, una
chica que ve pasar al dragón y lo ama, lo ama porque es bello, es el ángel más
hermoso de la Creación. Ella es quien establece contacto entre el dragón y
Soledad. Es el puente por donde la bestia y la doncella guerrera se unirán. La
autora va delineando la historia consabida de los mejores momentos de la
Fantasía. La doncella guerrera, el mago, la hechicera – que suponemos será
Ámbar pues su historia queda trunca – el dragón, el unicornio. Pero Loba es una
obra de género, no lo olvidemos. Una epopeya de mujeres. Como no hay otra,
creo. Soledad es la heroína que no tiene la épica. Ella será la que venza hasta
la reticencia obnubilada de su padre. Los lobos, la fortaleza, la ruta maldita
del dragón, la extraña actitud del unicornio son engranajes de una fabulosa
máquina de narrar que es la obra de una mujer con un bien cuidado lenguaje, que
es la herramienta literaria por excelencia.
Dije un poco más arriba que
exageraba al comparar el lenguaje de Loba con el de Shakespeare. Pero como me
gustan los retos, a las pruebas me remito. Mientras observa el complot forjado
por los barones traicioneros a Soledad, uno de los leales, fingiendo dormir,
dice para sus adentros: Que pase pronto la noche, que la oscuridad es el manto
de los traidores. ¿Shakespeare o no? Somos reacios a aceptar cuando otro da en
el clavo, usando una expresión popular. Me parece que, en el lenguaje, la
forma, el detalle, Verónica Murguía dio en el clavo. Reconocemos a un buen
narrador cuando se lanza a describir dos situaciones: La guerra y el amor. La
primera es vista muy pocas veces, muy poco es vivida por el escritor. El
segundo, todos creemos conocerlo. Y la autora da justamente en el encuentro –
reencuentro – del lenguaje epopéyico. Ejemplo:
Jara había dado una hija al rey:
Lirio. Lirio era el candado que cerraba la jaula, la garantía de que Jara era
fértil. El Lobo esperaba que, de un momento a otro, la reina le diera un
heredero varón. Soledad amaba a su hermana tanto como despreciaba a la reina y
Jara lo sabía. Era imposible ignorar los modales de guerra y las miradas
gélidas de su hijastra. No le dolían. Más le pesaban las borracheras del rey y
el aburrimiento que la marchitaba en esa corte de salvajes.
Es de notarse la línea de metáforas
que van acomodándose igual que como las encontramos en la obra de Homero. La
guerra es el ave negra. Durante el libro vamos encontrando esa ominosa
presencia. Amenazante, feroz, despiadada, la guerra aparece como una causa de
la aparición del dragón. El caos al romper el orden de las cosas. Otro dejo
shakespiriano, si no nos ponemos muy exigentes. Al desencadenarse el desorden,
las cosas se desacomodan. Debe volver el orden para que el mundo se
restablezca. Lobo y el joven mago Cuervo desordenaron el mundo. Toca a Soledad
frenar los desmanes del dragón y las dudas del unicornio. Cuervo expía su
pecado, encuentra la redención, pero vuelve a perderla. No es fácil entrelazar
estas historias de amor, desamor, odios, desastres que van uniéndose, desuniéndose.
La lucha entre unicornio y dragón
encuentra su mejor momento durante la Edad Media. En ese punto, ambas bestias
deben ser enfrentadas por Soledad, quien tiene los pensamientos del dragón y la
pureza del unicornio. La autora defiende la postura de Soledad. En una
entrevista, Verónica Murguía expresa su anhelo por crear una guerrera, no un
guerrero, que hubiera sido lo natural. Aun cuando las figuras de aquellos
momentos deliciosos de la serie Calabozos y dragones, aparecen nuevamente en la
novela que nos ocupa, Murguía tiene el tino de darles roles diferentes, aun
cuando similares. La era donde sucede Loba no es medieval sino bárbara. Los
tiempos dan la razón a los reyes, la tengan o no. El tirano Lobo, sin embargo,
defendiendo su reino recibe castigo en boca del dragón. El dragón se erige como
juez y verdugo de los perversos. Pero igualmente, castiga soberbia e ira. Los
habitantes del mundo medieval compararon siempre a la bestia con el demonio.
Pero Murguía también acomoda la creencia. No hace a su dragón ser encarnación
del demonio, que es instrumento del Mal. El dragón es el Mal mismo. Y el Mal
tiene sicarios diversos. Esa quizá es su mayor argucia. El Mal cambia de
sicarios a cada momento. Se ajusta a los tiempos, está siempre atento a la
menor desdicha pues con ella provocará el caos, la tormenta, el fin de los
tiempos.
Análoga es la figura del
unicornio. También erraríamos al dar a este símbolo la representación del Bien.
El unicornio reta a la heroína. Como el dragón, la reta para que ella venza a
la bestia maldita, antes que la bestia se apodere del ánimo de la doncella
guerrera. Soledad debe pasar las pruebas que los animales van poniendo en su
camino. Ella entiende al dragón, ya dijimos antes el ala de Úrsula K. LeGuin en
este libro. El mago de la estadounidense y la mexicana hacen que sus héroes
perciban el pensamiento del monstruo. Lo peor que puede ocurrirle al héroe es
ser tentado por el Mal. Los momentos en que Soledad se enfrenta al dragón son
los enfrentan a los ejércitos de los tres reinos involucrados en esta epopeya
de nuestro tiempo. Tungros, morianeses y magos luchan por un mismo ideal, la
Paz. No una paz concertada sino lograda con la guerra. En sumo alarde, me
atrevo a expresar que esos reinos fantásticos, donde la maldad busca erigirse,
no son otra cosa que nuestro país sacudido por una guerra que no sabemos bien a
bien quién comenzó.
La doncella guerrera puede
terminarla, porque puede llegar hasta el más íntimo lugar del corazón del
monstruo. Soledad insiste: No gané, él se dejó morir, siendo ahí donde la
leyenda de Santa Martha toma mayor raigambre. La guerra concluirá mientras los
perversos van siendo castigados, no por Soledad, que no es súper heroína,
igualmente debemos agradecerle este detalle a la autora. Ella no castiga a todos
los malos. Ella se enfrenta al Mal mismo, siendo la que lo vence, porque la
apariencia es lo que importa a los pueblos. Los únicos que saben el desenlace
de la guerra son la doncella guerrera y el dragón.
Punto y aparte merecen las
acciones bélicas descritas con una intuición y sobriedad envidiables. Lo más
difícil para un escritor es describir el acto del amor, que todos creemos
conocer y las acciones de guerra, donde pocos han estado. Obra de gran esmero,
de una bien articulada confeccion, Loba nos abre las puertas al conocimiento de
una escritora que debe darnos muchas sorpresas. Lo hará, seguramente, porque el
final, aun cuando concluye la historia de esta absurda guerra, deja una puerta
abierta para interesarnos en un personaje que se enfrentó al dragón, siendo
tocada por sus artes. No adelanto más.
La escritora Verónica Murguía
ganó el premio Gran Angular, organizado por la Fundación SM. Es la primera
mexicana que logra esta distinción. El premio se le otorgó por su novela
titulada “Loba” y con él se ha hecho acreedora a la edición de la obra y a 35
mil euros. Según el jurado, esta novela es “innovadora en el género fantástico
y de gran belleza literaria”.
El premio Gran Angular es uno de
los más importantes de habla hispana. En la convocatoria se pide que las obras
participantes exalten “valores humanos, sociales, culturales o religiosos que
ayuden a construir un mundo digno”. Y en Búnker estamos muy orgullososo de que
una talentosa escritora mexicana se haya hecho acreedora a esta distinción.
Verónica Murguía nació en 1960 y
ha publicado las novelas “Auliya” y “Fuego Verde” y a lo largo de su vida ha
ganado diversos premios literarios. Pertenece al Sistema Nacional de Creadores
de Arte y está casada con el poeta David Huerta. Recibió el premio en la Real
Casa de Correos de Madrid, España, de manos de la Princesa de Asturias.