El periodismo necesita corazón
Revista Pueblos
“El verdadero periodismo es intencional: aquel que se fija un objetivo y que intenta provocar algún tipo de cambio. No hay otro periodismo posible. Hablo, obviamente, del buen periodismo”. Ryszard Kapuściński. Declaraciones en un encuentro con Maria Nadotti en Capodarco di Fermo (Apulia-Italia), 27 de noviembre de1999.
En los últimos tiempos el debate sobre el periodismo se limita a discutir sobre el formato y la presentación. “Sustituyen el problema del contenido por la cuestión de la forma, colocan la técnica en lugar de la filosofía. Sólo hablan de cómo redactar, cómo almacenar, cómo transmitir algo. Pero qué redactar, qué almacenar y qué transmitir, de eso ni una palabra. El punto débil de estas manifestaciones radica en que a través de ellas, en lugar de discusiones sobre el contenido, el espíritu y el sentido de las cosas, no nos enteramos más que de los nuevos y deslumbrantes avances técnicos conseguidos en el terreno de la comunicación” [1]- Así lo percibía Ryzard Kapuściński hace casi diez años y ahora esa sensación es mucho más evidente.
Hubo un tiempo, allá en el siglo XIX, en el que el periodismo y los periódicos eran, básicamente, pasquines de lucha y combate político. Los periódicos, la radio, la televisión en sus inicios, eran instrumentos de diversos partidos y fuerzas políticas en lucha por sus propios intereses. Así por ejemplo, en Francia, Alemania o Italia, todos los partidos e instituciones relevantes tenían su propia prensa. La información, para esa prensa, no era la búsqueda de la verdad, sino ganar espacio y vencer al enemigo particular. Ese modelo puede ser saludable para la libertad de expresión y el debate de las ideas, pero nadie lo defenderá como el más idóneo para el conocimiento de los hechos. Pero aquello ya forma parte del pasado, y se podría decir que hoy estamos en el polo opuesto, el principal argumento que esgrimen los directivos de los medios de comunicación y los popes de la prensa es que ofrecen información neutral y equilibrada. Sus banderas, dicen, son la objetividad y la imparcialidad.
El culto a la objetividad provoca que los reporteros que presencian tragedias y sufrimientos cuyos responsables están perfectamente identificados vean que sus crónicas terminan llegando al público descafeinadas y desteñidas tras atravesar los filtros de los jefes de redacción y los directivos de despacho. La objetividad se ha convertido en elemento de culto para evitar enfrentarse a verdades desagradables o disgustar a una estructura de poder de la que dependen los medios de información para obtener beneficios o incluso sobrevivir.
Ese culto transforma a los reporteros en observadores neutrales o voyeurs. Si trabajan en televisión prácticamente se han convertido en webcams que no expresan nada, y si escriben se dedican a transmitir fríamente datos y números que no ayudan a comprender los acontecimientos. El periodismo actual destierra la empatía, la pasión y el afán de justicia. A los reporteros se les permite mirar, pero no sentir, ni hablar con su propia voz. Actúan como “profesionales asépticos” y se consideran científicos sociales desapasionados y desinteresados. Los nuevos profesionales tienen pánico a insinuar un mínimo de posicionamiento ante cualquier acontecimiento. O lo que es peor, reproducen las líneas informativas y editoriales señaladas por sus superiores y las agencias para no ser marcados ideológicamente. Así creen ser neutrales, pero no lo son, simplemente se convierten en operarios despersonalizados y desideologizados que abandonan cualquier iniciativa y principios.
Equidistancia... ¿Con respecto a dónde?
Otro pilar en el que se fundamenta el mito actual de la ética periodística es de la equidistancia. Se defiende con el argumento de la necesidad de presentar todas las versiones de un hecho y todas las posiciones ante un acontecimiento. La tópica idea de que, ante un determinado hecho, para realizar una labor exquisita de periodismo objetivo hay que informar de lo que dicen ambos bandos debilita el verdadero periodismo. No es verdad que la verdad se sitúe a mitad de camino de dos puntos de vista contrapuestos.
Hace unos años observé en televisión la noticia sobre un derrame de fuel provocado por un barco encallado en Algeciras [2]. El periodista afirmaba que, según los ecologistas, el crudo estaba sólo a un kilómetro de la costa, y según el gobierno español todavía estaba a tres kilómetros. El informador estaba convencido de que había aplicado un criterio de pluralidad y equilibrio porque recogió la versión de dos partes contrapuestas, y no se daba cuenta de que simplemente incumplió su responsabilidad como periodista, que consistía en comprobar personalmente el derrame e informar a la audiencia de su ubicación en lugar de recoger dos versiones de las que, al menos una, no era verdad. En otras ocasiones asistimos a un periodismo que se limita a recoger una denuncia de corrupción de un político y el desmentido del político acusado. El periodista se presenta así como plural y queda bien con todas las partes: ha recogido la versión de todos. Pero, una vez más, el ciudadano se queda sin saber si hubo corrupción o una acusación injuriosa. Lo único que ha habido es la cobardía de una profesión que no busca la verdad y que, incluso conociéndola, no se atreve a posicionarse.
Según el modelo que se está promoviendo, un refugiado de la Alemania nazi que apareciera en televisión diciendo que en su país están sucediendo monstruosidades debería ir seguido de un portavoz de los nazis afirmando que Adolf Hitler está logrando llevar al país al mayor nivel de desarrollo nunca conocido, escribió el ex columnista de The New York Times Russell Baker. Desde este punto de vista, y en aras del equilibrio, tras una agresión neonazi deberíamos recoger la reacción de las víctimas y también la del grupo neonazi.
Y el día 25 de noviembre, Día Internacional de Lucha contra la Violencia de Género, buscaríamos, junto a los que combaten esa violencia, la opinión de algún asesino de su pareja. Y tras un bombardeo a una población civil, deberíamos presentar con igual extensión y legitimidad los argumentos de los bombardeados y los de quienes los bombardean.
De hecho así se hizo cuando el ejército israelí atacó y asesinó a nueve cooperantes de la Flotilla de la Libertad que transportaba ayuda humanitaria a Gaza en mayo de 2010: los medios dieron la misma legitimidad informativa a las argumentaciones del gobierno de Israel, que acusaba a los cooperantes de defender a terroristas, que a las familias de las víctimas. Se trata de un ejemplo más de la cobardía del periodismo actual ante las presiones de los diferentes grupos de poder.
El redactor adopta la postura de Poncio Pilatos en versión periodística, en lugar de lavarse las manos ante el crimen, reproduce lo que dice el criminal y la víctimas y se queda satisfecho y a cubierto de las críticas. Un periodismo honesto y valiente requiere que el periodista asuma el rechazo seguro que suscitaría en una determinada parte de la población la toma de posición ante un determinado hecho y quizás ignorar a la que intenta justificar un crimen o se funda en un dato falso. Para evitar el esfuerzo o la indignación de una parte del público, si alguien afirma que Hitler es un ogro, nuestro periodista virginal mostrará al instante a otra persona que dice que Hitler es un príncipe. ¿Un hombre dice que una bomba de la OTAN ha asesinado a cincuenta civiles que asistían a una boda en Afganistán? Inmediatamente el medio presentará a un portavoz de la OTAN diciendo que se trataba de talibanes terroristas. Así (pensarán en la dirección del medio) quedarán bien con quienes creen que la OTAN lucha contra el terrorismo en Afganistán y con quienes consideran que está masacrando a la población civil. Eso sí, nadie podrá saber lo que ha sucedido, que es precisamente para lo que se supone que están los medios de comunicación y los periodistas. Lo importante es que el periodista pueda decir que fue imparcial, neutral y equidistante.
Ética o complacencia
El problema es que estamos creando un profesional del periodismo que ya no sabe incorporar principios y valores éticos y culturales a su trabajo. Incluso su vocabulario se limita a la exposición de hechos y no incluye la elaboración de reflexiones complejas o análisis de cuestiones éticas. Como escribió Walter Lippman en su libro Public Opinion, el periodismo no nos señala la verdad porque siempre hay una brecha descomunal entre la verdad y la información. Las cuestiones éticas enfrentan al periodismo al nebuloso mundo de la interpretación y la filosofía, y por eso los periodistas huyen de la indagación ética como un rebaño de corderos atemorizados [3].
Conceptos como neutralidad, objetividad y equidistancia sólo son argumentos empresariales para ganar la credibilidad de los ciudadanos y la complacencia de grupos de poder, anunciantes y publicistas que no quieren un verdadero debate sobre el mundo en el que vivimos. Los periodistas más consagrados de todo el espectro político no han dudado en denunciar el mito de la objetividad. “En cuanto a la objetividad periodística, es tal vez la patraña más grande que me ha tocado oír acerca de nuestro oficio”, afirmó el veterano periodista italiano Indro Montanelli [4], un periodista al que no se le podrá acusar de antisistema.
El historiador Paul Preston, que estudió el papel de los corresponsales extranjeros que informaron sobre la Guerra Civil Española en su libro Idealistas bajo las balas [5], afirma que “no puede existir la objetividad o ecuanimidad. No se puede tratar al asesino y al asesinado o al violador y la violada como si fuesen iguales. Cada periodista, como cada historiador, que lo sepa o no, ve las cosas a través del filtro de su sistema moral, ético e ideológico. Esto no quiere decir que no hay que intentar entender las motivaciones de todos los implicados en una situación” [6].
Indignación y denuncia
“En América Latina uno se mete de periodista y lo primero que hace es indignarse, la propia realidad te obliga. Si no haces periodismo de denuncia, no sé lo que estás haciendo”. Así se expresa la periodista y escritora Elena Poniatowska, quien no concibe el periodismo sin compromiso. Según Robert Fisk, en un mundo laboral dominado por el cinismo el periodismo es un empleo honroso a través del que se puede cambiar la forma en la que la gente ve el mundo [7].
Paul Preston, en Idealistas bajo las balas, recoge el grado de implicación que, inevitablemente, adoptaron algunos de los corresponsales que fueron a España en la Guerra Civil. La mayoría de ellos, a la hora de vivir en primera línea la lucha de un pueblo contra el fascismo y la tragedia del abandono del resto de los países que se negaron a ayudar al gobierno legítimo español, no dudaron en tomar partido, muchas veces enfrentándose a la posición del periódico que les había enviado como corresponsales. Ernest Hemingway, Martha Gellhorn, John Dos Passos, Mijaíl Koltsov, Louis Fischer, Herbert Southworth, Henry Buckley, W.H. Auden, Arthur Koestler, Cyril Connolly, George Orwell, Kim Philby.... a todos les transformó la guerra. La simpatía hacia el bando republicano español no procedía de corresponsales rusos o de publicaciones marginales de izquierda, el corresponsal estadounidense Louis Fischer afirmó que “muchos de los corresponsales extranjeros que visitaban la zona franquista acababan simpatizando con las tropas republicanas, pero prácticamente todos los innumerables periodistas y visitantes que penetraban en la España leal se transformaban en colaboradores activos de la causa. (…). Sólo un imbécil desalmado podría no haber comprendido y simpatizado” con la República Española [8].
Hemos de reconocer que el tremendo control que los grupos empresariales propietarios de los medios ejercen sobre los profesionales nos lleva a pensar que no son buenos tiempos para un periodismo socialmente comprometido. Por eso mismo, bucear en el periodismo de históricos reporteros como John Reed, Ryzard Kapuścińsky, Edgar Snow, Rodolfo Walsh y Robert Capa puede ayudarnos a recuperar la pasión y la fuerza para seguir avanzando contracorriente.
Decía Stefan Zweig que “nuestro tiempo quiere y ama hoy las biografías heroicas, porque dada la pobreza propia en figuras de liderazgo políticamente creativo busca ejemplos mejores en el pasado” y destacaba “el poder de expandir las almas, aumentar las energías, elevar el espíritu de las biografías heroicas. Desde los tiempos de Plutarco, son necesarias para toda estirpe en ascenso y toda juventud”.
John Reed fue el cronista de grandes hitos revolucionarios, Ryzard Kapuścińsky dedicó su vida a relatarnos los sueños descolonizadores de los países del Tercer Mundo, Edgar Snow acercó la lejana Asia y la revolución china a Occidente, Rodolfo Walsh sentó los principios de un periodismo emparentado con la literatura de no ficción en el marco de una terrible dictadura y Robert Capa fotografió como nadie a los seres humanos que sufrían la guerra. Su trayectoria debe ser para nosotros, los profesionales de la comunicación, un ejemplo de dignidad en estos tiempos en los que las ruedas de prensa, el ordenador con sus innumerables artilugios suplementarios o derivados y las cotizaciones en bolsa de nuestro medio de comunicación parece que se han confabulado para acabar con un periodismo que crea que pueda mejorar el mundo.