MIS CAMPEONAS
Román Jiménez
12 de mayo 2014
En verdad debo decir que soy un
ser afortunado, tengo unas preciosas hijas, que día a día me enseñan cosas que
aprendo ávidamente como si de un niño se tratase, soy rehén de ellas, soy su
fan número uno.
Tomo foto de casi todo lo que
hacen, a veces intento sobre protegerlas, pues son lo más preciado que tengo,
más aún que mi propia vida, pero me aguanto. Ellas me entienden, me soportan,
me cuidan, me aman, me consienten, me miman, vengo siendo el “checho” de la
casa.
Me miran fijamente a los ojos,
con esa mirada de ángeles. Ríen, todos los días ríen, juegan, cantan, bailan,
sin importarles nada, viven la vida sin importarles lo que hacen o dejan de
hacer los políticos, sin importarles el
calor, la lluvia, el tráfico, las horas, el tiempo… y yo las observo absorto,
maravillado por esos seres tan desinteresados, tan incansables, tan hermosos,
tan divinos, y no lo niego. No tengo porque hacerlo, a veces me da pena, aunque
usted no lo crea conozco la vergüenza, más cuando siento que me rebasan en
amor, o cuando no tengo para comprar lo que les urge o necesitan, a lo cual me
quedo con la garganta seca, pues en esta profesión en la que estoy se vive al
día, y a veces, a veces, uno no tiene más que dar que amor, y por el mismo
amor, ser un buen ejemplo, y luchar, luchar, luchar y tratar de ser honesto con
uno mismo, y defender el futuro el cual si Dios quiere será de ellas y de las
nuevas generaciones.
Miren ustedes que desde su
nacimiento me he vuelto complicado, me preocupan, procuro por ellas antes que
por mí, me han cambiado la vida, son mi inspiración, mi vitamina para el día a
día.
Por lo pronto hoy fuimos a una
carrera atlética en el Parque la Choca, se levantaron a las 6 de la mañana, en
fin de semana fue todo un reto, es más, la llegada y la carrera fue una gran
aventura, como todo lo que inmiscuye a nuestros quehaceres como familia.
Mis hijas desde un día antes
estaban nerviosas, pero yo, el hombre de la casa, el valiente, estaba peor, me
enfermé, supuestamente me hizo mal la comida, pero yo bien lo sabía, los
nervios me estaban matando, tan es así que acabe cerrando los ojos en punto de
las 3 de la mañana.
Ese día llegamos tarde al Parque
la Choca, sin embargo la competencia no empezaba, un clima formidable para
correr, y poco a poco fueron pasando las categorías que compitieron dignamente
por los primeros lugares, hasta que le tocó el turno a mis gemelas.
Ya venían
aleccionadas de lo que tenían que hacer, esquivar y rebasar, si sentían
cansancio bajar el ritmo, y si sentían mal abandonar la pista, lo importante es
participar les decía una y otra vez.
Fue así como se colocaron en la
línea de salida, justo en medio estaban ellas, me imagino repasando tantas
cosas a realizar en un instante, en 2 kilómetros. Yo por mi parte no podía dejar de verlas, ¡Oh
señor cómo han crecido! decía hacia mis adentros… En plena melancolía estaba, cuando
escuché el disparo de salida, supuestamente iba a tomar fotos, traía la cámara
en la mano, sus suéteres, mi esposa esperaba casi a los 800 metros echando
porras junto con mi otra hija la más pequeña, y todo fue tan rápido, todo es
tan rápido, como un chasquido de dedos, o un parpadeo, un guiño, y de repente,
este su servidor, corría a un lado de la pista, detrás de ellas, ovacionándolas,
echándole porras, pidiéndoles que siguieran, que avanzaran, que corrieran, que
corrieran, que llegaran a la meta, y ellas dando lo mejor de sí, creo que ni me
escuchaban, pero eso sí hice un escándalo inolvidable jajajaja.
Pronto me fui quedando atrás y
las vi alejarse, ya no podía seguirlas pues el tumulto de los otros padres de
familia era caótico, pero les seguí gritando, que siguieran, que llegaran a la
meta, mientras me habría camino entre la gente.
Llegaron a la meta, quedaron
entre las primeras siete, sin embargo ya para nosotros habían ganado. Ahí fue
mis queridos amigos en ese preciso momento cuando a la distancia vi llegar mis
dos hijas que me tiré a quebrar, me contuve, pues la dicha de este campesino
viendo a sus hijas crecer es la bendición más grande que pueda existir, por eso
cuando llegaron corrí a ellas, y junto a la mamá las abrace, las abrace como
quien se despide, o como quien no se quiere despedir, vaya actuación de mis
hijas, vaya momento, y vaya usted a saber dónde quedó la más chica de mis
hijas, quien venía a paso lento, levantando lo que el papá había dejado en su
atolondrada carrera, una pifia que en este tipo de situaciones suele uno
cometer jejeje.
Después le tocó el turno a mi
hija la menor, siete años tiene. Ella desde antes que corrieran sus hermanas
quería ir a los juegos, pero sus empecinados padres no la dejaban, todavía
cuando iba a correr, y estando en la salida, me decía que si terminando podía
ir a jugar en el columpio, y yo de manera sutil, le decía sí, pero primero
concéntrate en lo que vas a hacer ahorita, acuérdate, vas a correr al ritmo que
puedas, yo procuraré esperarte en la meta, le expuse a mi hija la menor.
- - Me expliqué hija
- - Papá pero mientras puedo ir a jugar
- - Sí pero cuando termines
Está vez utilizamos el mismo
procedimiento, cámara en mano, listo para lo que venga, y de nuevo me sacó de
mi cavilación el estruendo de la pistola de salva, que indicaba el inicio de la
carrera de 200 metros, solo tomé una foto. Solo una, ninguna más, pues
rápidamente al ver que mi hija tomaba el primer lugar, y ver la expresión de mi
esposa al chocar las miradas, lo primero que hice por instinto, fue animarla a
seguir, a que no se parara, que siguiera con ese ritmo, que no desistiera.
Cuando justo se me va el pie en
un hueco y di como dos vueltas en el campo, me levanté, me trompiqué de nuevo,
y volví a tomar el control de mi mismo, y continúe gritando a mi hija que
siguiera, que no dejara de correr, mientras los otros padres de familia hacían
lo mismo que este servidor.
Pero que me importaba a mí la caída,
las risas, que me importaba a mi si estaba yo haciendo o no el ridículo, mi
hija estaba corriendo y encima ganando, pronto me reincorporé y como a los 100
metros otra niña la rebasó, eso no importó, seguimos gritándole más fuerte,
cuando a su lado apareció otra corredora, con la cual se dio la batalla por el segundo lugar, una
carrera de esas épicas en donde ninguna se conformaba, una rebasaba a la otra,
hasta que en los últimos metros mi hija logró llegar en segundo lugar.
Llegué a su encuentro
entusiasmado, cansado, y con el corazón en la mano. La abrace, le quería decir
felicidades, pero la palabra no me salía, quería decirle tantas cosas, pero me
salía un chillido, todavía no llegaba mi esposa y mis hijas a felicitarla, aún
así la abrazaba, como queriendo perdurar de por vida ese instante, como
queriendo expresar lo maravillado, lo sorprendido, el amor que le tengo, sin
embargo era solo un montón de chillido… hasta que llegó mi esposa, la abrazó y
ahí comprendí como en otras tantas veces lo que significa la vida, la familia,
Dios, el amor, y tantas cosas más que un ser humano tan diminuto puede
experimentar. Fue en ese momento en donde no me contuve más y lloré, obviamente
como lloran los hombres, con la camisa puesta en la cara para que nadie me
viera.
Después abrace a la fabrica, es
decir a mi esposa, y esperamos pacientemente la premiación, que nombraran a mi
hija, que subiera al pódium, que levantara los brazos, y que recibiera su
premio de segundo lugar.
Sin lugar a dudas Dios es
benévolo y nos enseña a través de las experiencias que nos pone la vida.
E indudablemente los hijos, no sé
quién lo decía pero lo expresaba bien, al mencionar que los hijos son las
ansias de vida que siente la misma vida. Con ellos, en mi caso con ellas no hay
tiempo perdido, todos los días son una oportunidad más de seguir aprendiendo y de
seguir amándolas.
Y aunque la nostalgia me invade,
y al ver que poco a poco se están
volviendo unas señoritas, he de decir con orgullo y sin alardear que han sido
la mayor bendición que he tenido, que son mi todo, mi orgullo, mi completa
felicidad.
Esto me recuerda a mi padre que
en paz descanse, cuando escuchaba que mi mamá les pedía a mis hijas se callaran
porque su abuelito estaba enfermo, y mi papá le decía: “déjalas Loyda, si son
unos angelitos, son como pajaritos”, mientras mis hijas llegaban a saltar, a
correr, a gritar, a cantar, a reír, pues lo amaban y lo aman, y todas la
mañanas o en la tarde llegaban a estar con ellos.
Momentos especiales que me he
tomado muy en serio escribir desde que nacieron, hasta cuando fueron al kínder,
el cual fue todo un show y que de igual forma publicamos alegremente en el periódico
CHOMPIPE de mi padre. Hoy dejamos un vestigio más de nuestros sentimientos,
esperando que el día de mañana, mis hijas lean lo antes expuesto para que sepan
que nunca estarán solas, que siempre trataré de estar ahí y que las amo, y que soy
demasiado sentimental, o tonto, o cursi y que no los años, más bien el amor, me
hacen lagrimear por tantas cosas, más ahora entiendo mejor a Jaime Sabines,
cuando menciona en la poseía “HORAL” lo que quizá yo no puedo…
El mar se mide por olas
el cielo por alas
nosotros por lágrimas.
El aire descansa en las hojas
el agua en los ojos
nosotros en nada
Parece que sales y soles
nosotros y nada.
BESOS.