Yo fui, Juan Crisóstomo Romero López

Por: Pepe Jesús del Huerto


CARTA PÓSTUMA


Por supuesto que esta “Carta Póstuma” no es porque me suicide, ni mucho menos, es una pequeña plática o remembranza de mi vida diaria para “romper el silencio” de ciertos detalles míos, de asuntos familiares y de trabajo, jamás políticos, yo nunca busque a la política, al contrario, ella me busco a mí. Que se enteren de los pormenores de mi vida, como huérfano de padre, algo de mi infancia, mis amores, pasiones y anhelos. 

Estoy convencido que me tendieron una “celada” para quitarme la Concesión de Camiones Urbanos que me hubiese hecho el hombre más respetado (rico) de Comalcalco, ese fue mi dolor durante casi toda mi vida adulta. La mudanza del tiempo se encargará de hacerle justicia a mi descendencia. También, esta carta es para que me recuerden después de que mi espíritu haya sido elevado al más allá desde el cielo, después de que haya abandonado la materialidad e inicie mi elevación, conservando inalterable el pensamiento. No tuve ninguna duda que iría al cielo, pues acá estoy cómodamente, mis pecados fueron minúsculos y fui perdonado en tierra, jamás cometí un delito o fechoría para recuperar algo perdido, como si hubiese sido hombre institucional, me porte bien, pueden investigarlo o preguntárselo a cualquiera. Ahora que ya he muerto, se pueden revelar todos los secretos, descifrar mitos en torno a mi persona. Abrir mi corazón en busca de los signos que revelan mis defectos y rencores. La muerte es lo que nos da tonos de leyenda a nuestras vidas.

Juan Crisóstomo Romero López  fue mi nombre, gracias a que mi madre Esther López Gamas que me bautizo con el mismo nombre de mi abuelo materno, él se llamaba Juan Crisóstomo López Martínez, siempre estuve orgulloso de ese gesto de mi madre. Jamás imagine que una neumonía acabara con mi larga vida, el miércoles 07 de junio de este año 2017, la muerte me dio el último beso eterno a la 17:30 de la tarde, con casi 99 años de edad, sentí que la sangre recorrió todos los rincones de mi cuerpo que controlan la vida, no soporte más y di mi último suspiro, Ya no pude llegar a los 100 años como anhelaba tanto, superar a mi madre con 103 años y en muy buenas condiciones de salud. Ya no importa saber que te ha matado, si fueron los cuidados de mi enfermero Alfredo o del doctor Alarcón, qué más da, uno muere de muerte y se acabó. Teniendo lucido e intacto el pensamiento, estuve presente en mi velorio, pude oír, ver y sentir las verdaderas muestras de amistad y de halagos.

Qué triste y doloroso es el fallecimiento de don Juan Romero López. Que gran pérdida para Comalcalco, uno de sus hombres más longevos a partido, el cronista nato de la ciudad a fallecido, posiblemente habrían comentado alguno que otro conocido de mi generación, pero no creo, ya todos habían partido antes que yo: Mario Vazquez, Rosa y su hija libertad, Pedrito estrella, Chucha, Chavo Cacep, Camilo Castillo y su esposa Juanita, Moncho Magaña, Otilio, Rosendo, Pancho Castillo, Bella, Máximo Zarate, Miguel Díaz Priego, Moisés Córdova, María Gálvez,  Yeya Torres,  y los Pulido. Solo faltaba yo, el hombre fuerte, el más rudo, el aguantador, el inquebrantable. Solo superado por Albilda Hernández, mi vecina de enfrente que aún sigue vivita y coleando, hermana de Andrés Hernández Casanova, ex presidente municipal de Comalcalco. No era yo el último superviviente de mi generación, pero del clan Romero, por supuesto que sí, fui el último de esa generación de muy buena madera.

"El 01 de Mayo de 2015 fue el día más trágico de mi vida. Perdí a mi querida Raquel, para siempre... Demasiado tarde me di cuenta de que la parte más maravillosa de mi vida, había sido el amor que sentía por Raquel, mi esposa fiel de toda la vida". Mi verdadero y único amor. Nadie supo que la conocí en Paraíso en una fiesta. Desde ese día atrapo mi corazón y mi alma. Tuve suerte con Raquel, jamás habría sido capaz de traicionarme, embargarme mi salario o darme problema alguno, siempre lucho hombro con hombro conmigo. Mujeres como ella quedan muy pocas ya, lo supe desde el día que yo la conoci. Ella trabajando como diseñadora de modas, y yo como operador en Pemex. Fuimos la mejor empresa de todos los tiempos. A pesar de todo, siempre me sentí bendecido, como que el párroco de los años veinte, al que le llevaba su chocolatito caliente, me cuidaba desde el cielo. Actualmente las mujeres se divorcian por nada, las mujeres divorciadas para mi criterio son maléficas, mujeres corrompidas, sin valor alguno, chafas, piratas, ya no son de fiar. Aunque existes sus excepciones, como Flor Silvestre. Si el cineasta don Ismael Rodriguez Ruelas me hubiese conocido, probablemente mi vida sería la historia de algunas de sus películas de la Época de Oro. Que coincidencia, nacimos el mismo año, en 1918. Pero él se adelantó primero, falleció en el 2004.

Me hubiera gustado seguir viviendo junto a Raquel y mis hijos (as), como disfrute de su compañía y gentileza, de su fervor sin límites, a los segundos como me duele haberlos dejado solos, que grandes personas le he dejado al mundo, verdad de Dios. Echare de menos mi casa, que con tanto trabajo construí, ladrillo sobre ladrillo, en el Centro histórico de la Ciudad que vi crecer, extrañare también mis guayaberas bien planchadas, mis zapatos bien voleados, mi cubita de “Presidente” a la hora de la comida, el horneado de cochinita, el caldito de pava, el queso de cabeza, etcétera, etcétera. Seguir viviendo el cambio de la fisonomía urbana de mi Comalcalco adorado. También para conocer más bisnietos y posiblemente uno o dos tataranietos, para platicarles poemas, refranes, y sucesos históricos, detalles precisos y comprobables de nuestra ciudad,  verlos de frente a los ojos y jugar con ellos, enseñarlos a hacer el papalote barrilito, contarles algo de la historia de Comalcalco, los asesinatos políticos, y los actos nobles que se han dado, todo lo importante para que se hagan hombres progresistas y de bien.  Hacerles regalos, como los que les hacía a casi 35 años,  a mis primeros nietos, Alvarito y Pepito. Pero así es esto, para vivir hay que morir y la muerte es la vida, qué importancia tiene el aceptar antes de la muerte esta creencia tan útil del camino a la vida eterna. Desde este plano los estaré observando, alguien lo hará por mí.

Todo el tiempo quise morir como un hombre sin ataduras. Adiestrado para la nueva vida. Pararme ante el dios de la existencia absoluta, arrodillarme ante la madre naturaleza y decirle: “Nací en Comalcalco porque así lo quisiste; me hice “transportista” porque así lo quisiste; me hice panadero, porque así lo quisiste; me hice padre de familia porque así lo quisiste; fui Petrolero porque así lo quisiste. Es el destino quien ejecuta tus órdenes. Es el juego maravilloso del universo”.

No haber conocido a mi padre Casto Romero Pimienta ni en fotografías, es otra de las cosas que siempre me torturaron en mi vida. Solo disfrute de su espacio de trabajo en lo que sería su panadería, su horno de barro y utensilios. Hablaba con el atreves de la voz de quienes lo trataron y conocieron. Siempre me lo imaginaba trabajando haciendo el pan y conviviendo con mi madre, su sombra y espíritu me acompañaban. Ese vacío lo llene con la compañía de mi hermano Manuel. El único que me acompaño hasta mi adultez, desgraciadamente se enfermó y la muerte le dio el beso eterno repentinamente y me quede solo nuevamente, sin alguien en quien confiar plenamente. Luche mucho para curarlo, incluso me deshice de algunas propiedades y no pude salvarlo. Durante largos años me dedique a atender mi Panificadora, y no es por adornarme, pero absolutamente nadie elaboraba mejor el pan que yo, ni mi alumno David Queque. De niño trabaje con don Moncho Falconi y fue el quien me enseño a elaborar bolillos, teleras, conchas, moños, chilindrinas, laureles, bísquets, donas, polvorones y toda clase de pan. Tuve muchos vendedores ambulantes, algunos eran Cosme RosadoÁngles el Chocomilero, yRoberto Rosado Sastré, hombre leal e institucional, como dicen los priistas. Yo vendí pan de este hombre, le dijo Roberto a su esposaLoly Rabelo en la Quinta Grijalva en una ocasión que me lo encontré, cuando concurso para embajadora mi nieta. Luego todos se superarían económicamente y llegarían a puestos como Presidente Estatal del Partido Revolucionario Institucional de Tabasco. “En los otros tiempos”, casi nadie tenía dinero en Tabasco, solamente los Peralta, que eran dueños de majestuosas residencias de la época y de extensas tierras dedicadas a la agricultura y la ganadería. Actualmente todos presumen ser hijos de exitosos empresarios. Es la modernidad que me alcanzo. Sin embargo yo no tuve WhatsApp, Facebook, ni Hotmail. Comalcalco es hoy una ciudad cosmopolita, con un tránsito afiebrado de hombres de negocios, colosales negocios, de extranjeros muy evidentes y de mexicanos bien trajeados y de mirada despectiva.

En lo que se refiere a mi niñez, lo que más me molesta es haber permitido que mi madre se volviera a casar con el panzón de don Chepe Canto, pero gracias a eso tengo a  mis tres hermanas Marías: María Reyna, María Lucia y María Ignacia. Siempre disfrutando de nuestros grandes lazos de amor. Mis hermanas fueron la riqueza más importante que tuve en la vida. Si lo permitió mi abuelita Melquiades Gamas Rueda, porque no iba a aceptarlo yo, un mocoso. No pude correrlo cuando llegaba a platicar con ella estando en la batea de la casa. Era yo muy chiquito para hacerlo, apenas y ya podía visualizar su temible intención hacia ella. Don Chepe era muy gentil y trabajador con mi madre en ese entonces, vendía en el mercado los productos que mi madre elaboraba con tanto ahínco.

Estando escribiendo esta Carta,  “pensé en ti, Anselmo, mi primo hermano predilecto, aplaudí tu puesto de Secretario de Trabajo en Agua Dulce Veracruz. Recordé cuando te conocí, una veintena de años atrás, eras un chamaco de veinte… Vendías helado en el parque de Cárdenas Tabasco, al igual que tu hermano Daniel Romero Saut, sabía que tu situación económica era precaria en ese entonces. Desde acá les doy las gracias por las finas convivencias que pasamos juntos, sin ustedes mi vida hubiese sido otra, verdad de Dios. La amistad de ustedes la utilice para legitimar mi debilidad oculta, ustedes me daban fortaleza, me arropaban con su presencia, Me sentía más fuerte aún. Sentía que no estaba solo en la vida en el buen sentido del término.

Depositaron mi cadáver en la fosa donde esta Raquel, que se me había adelantado dos años antes, “Vaya matrimonio de huesos” pensé yo, pues ahora ni ella ni yo estamos ahí. Al final de nuestro camino nuestros huesos terminaron siendo vecinos y colindantes del solar de Luis López, el eterno negociante de ganado.


Debo de recordar que todos los muertos somos iguales, recibidos en las instancias eternas. Tenemos un lugar común. Los mismos lugares esperan a sacerdotes, obispos y papas. Todos somos muchedumbre. Caemos unos antes que otros, incluidos mis conocidos, ellos morirán también, y el polvo del tiempo borrara nuestros nombres, nuestros actos buenos y malos. Finalmente, morir equivale a un simple cambio de vivienda.

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