En el tono de Tona: Lo que callamos los periodistas
El Ángel Exterminador • 23 Octubre 2012 - 6:03am — Rafael Tonatiuh
Milenio
México • Una vez tuve un secreto (tan secreto que yo mismo lo olvidé para no revelarlo).
Estaba en un automóvil, en una ciudad lejana, de noche, debajo de un túnel, cuando tuve tres ideas: 1. La certidumbre de que sabía algo que solo yo sabría. 2. La certidumbre de que era bueno de que todos tuviéramos un secreto, así como quien tiene una mascota. 3. El secreto.
El doctor House sostiene la teoría de que todo mundo miente, yo estoy de acuerdo y sostengo una teoría semejante: nadie puede guardar un secreto.
Cuando alguien posee información interesante es lógico que quiera compartirla al instante, para ganar el Premio Nacional de Chismerismo, y volverse el alma de la fiesta; y si la información que alguien posee no es interesante, ¿qué daño hace uno al compartirla?
Una de las frases más conmovedoras que suele expresar la raza humana en voz alta es: “Te voy a contar un secreto”. Por lo regular, lo que se revela de esa manera suele retwitearse con el siguiente hashtag: #MeLoEnviaronPeroNoLoReenvíes.
Los secretos son una invitación a descubrirlos, porque la curiosidad siempre va un paso delante de la voluntad, y su encanto radica en su revelación pública, como el maese Moisés presumiendo las Tablas de la Ley del Monte. Todo secreto es una abierta invitación a explorar cualquier aventura, con tal de descubrirlo (y revelarlo), porque su encanto radica en el misterio.
Desde que, en el año 2000, comencé a laborar formalmente en el periódico MILENIO Diario, he sido testigo de innumerables y etílicos acontecimientos, aberrantes y vergonzosos, con figuras públicas (pero impúblicas), que por un prurito de decoro (mezclado con el sentimiento de que nos tomarían por soplones indignos de confianza), callamos.
Es frustrante para una persona que trabaja en medios informativos tener qué contar el material caliente, únicamente en el estrecho límite de una cantina (quienes de veras sientan un auténtico amor por la información verídica, confiable y morbosa, no compren periódicos ni se pongan a twittear: vayan directamente a las cantinas que circundan las redacciones de los diarios y paren la oreja. Esos sí son trascendidos y no mamadas).
La prestigiosa periodista argentina Ana D’Onofrio nos dio una interesante conferencia a los colegas de MILENIO sobre la relación entre la prensa escrita y la del ciberespacio. Independientemente de que sacamos conclusiones chidas (y cuernitos de jamón, café, ensalada, chescos y galletitas), ligeramente opino que lo divertido de trabajar en los medios consiste en ir a sacarle sus secretos a esa gente que los tienen guardados para sí misma (cerdos egoístas) y contarlos de una manera atractiva y delirante, con la seriedad que todo chisme merece, por la educación y entretenimiento del “receptor” (que es como los comunicólogos semiológicos y simióticos designan al “pendejo” que compra el periódico y al “gorrón” que baja la información del internet).
Un amigo dividía los trabajos en dos grupos: los que te pagar por hacer, y donde te pagan por estar. El caso es que esa paga te la dan para que cumplas con tu deber, y si no te divierte lo que haces, entonces no estás cumpliendo con tu deber, estás mancillando esa chamba.
Estaba en un automóvil, en una ciudad lejana, de noche, debajo de un túnel cuando tuve tres ideas: una que sabía (que ahora no recuerdo qué es), que sabía que nunca saldría de mí, y que era bueno de que todos tuviéramos un secreto.
De este modo me enfrento a mí mismo en dos facetas: una como periodista y otra como el guardián de un secreto sagrado que ni yo merezco saber, porque como cualquier ser humano, caeré en la tentación de divulgarlo (ocurrencia de la que yo mismo, en plan reporteril, me retracto, y exijo averiguar el contenido de cualquier secreto, pues como dijera Madame Blavatsky, fundadora de la Sociedad Teosófica, el que tenga ojos para ver que vea, y el que no, que no, oséayase: el conocimiento debe circular para que lo capte aquel a quien le sea de utilidad).
¡Bravo! Magnífico intento, pero da la casualidad de que la única persona que debe conocer no tan solo uno, sino todos mis secretos, es el barman, porque: 1. Es discreto. 2. Se divierte con su trabajo. Y 3. Me divierto con su trabajo.
Ahora que lo pienso, quizá él pueda recordarme lo que olvidé. Voy a verlo. Ai’ luego nos topamos. Besitos.
Milenio
México • Una vez tuve un secreto (tan secreto que yo mismo lo olvidé para no revelarlo).
Estaba en un automóvil, en una ciudad lejana, de noche, debajo de un túnel, cuando tuve tres ideas: 1. La certidumbre de que sabía algo que solo yo sabría. 2. La certidumbre de que era bueno de que todos tuviéramos un secreto, así como quien tiene una mascota. 3. El secreto.
El doctor House sostiene la teoría de que todo mundo miente, yo estoy de acuerdo y sostengo una teoría semejante: nadie puede guardar un secreto.
Cuando alguien posee información interesante es lógico que quiera compartirla al instante, para ganar el Premio Nacional de Chismerismo, y volverse el alma de la fiesta; y si la información que alguien posee no es interesante, ¿qué daño hace uno al compartirla?
Una de las frases más conmovedoras que suele expresar la raza humana en voz alta es: “Te voy a contar un secreto”. Por lo regular, lo que se revela de esa manera suele retwitearse con el siguiente hashtag: #MeLoEnviaronPeroNoLoReenvíes.
Los secretos son una invitación a descubrirlos, porque la curiosidad siempre va un paso delante de la voluntad, y su encanto radica en su revelación pública, como el maese Moisés presumiendo las Tablas de la Ley del Monte. Todo secreto es una abierta invitación a explorar cualquier aventura, con tal de descubrirlo (y revelarlo), porque su encanto radica en el misterio.
Desde que, en el año 2000, comencé a laborar formalmente en el periódico MILENIO Diario, he sido testigo de innumerables y etílicos acontecimientos, aberrantes y vergonzosos, con figuras públicas (pero impúblicas), que por un prurito de decoro (mezclado con el sentimiento de que nos tomarían por soplones indignos de confianza), callamos.
Es frustrante para una persona que trabaja en medios informativos tener qué contar el material caliente, únicamente en el estrecho límite de una cantina (quienes de veras sientan un auténtico amor por la información verídica, confiable y morbosa, no compren periódicos ni se pongan a twittear: vayan directamente a las cantinas que circundan las redacciones de los diarios y paren la oreja. Esos sí son trascendidos y no mamadas).
La prestigiosa periodista argentina Ana D’Onofrio nos dio una interesante conferencia a los colegas de MILENIO sobre la relación entre la prensa escrita y la del ciberespacio. Independientemente de que sacamos conclusiones chidas (y cuernitos de jamón, café, ensalada, chescos y galletitas), ligeramente opino que lo divertido de trabajar en los medios consiste en ir a sacarle sus secretos a esa gente que los tienen guardados para sí misma (cerdos egoístas) y contarlos de una manera atractiva y delirante, con la seriedad que todo chisme merece, por la educación y entretenimiento del “receptor” (que es como los comunicólogos semiológicos y simióticos designan al “pendejo” que compra el periódico y al “gorrón” que baja la información del internet).
Un amigo dividía los trabajos en dos grupos: los que te pagar por hacer, y donde te pagan por estar. El caso es que esa paga te la dan para que cumplas con tu deber, y si no te divierte lo que haces, entonces no estás cumpliendo con tu deber, estás mancillando esa chamba.
Estaba en un automóvil, en una ciudad lejana, de noche, debajo de un túnel cuando tuve tres ideas: una que sabía (que ahora no recuerdo qué es), que sabía que nunca saldría de mí, y que era bueno de que todos tuviéramos un secreto.
De este modo me enfrento a mí mismo en dos facetas: una como periodista y otra como el guardián de un secreto sagrado que ni yo merezco saber, porque como cualquier ser humano, caeré en la tentación de divulgarlo (ocurrencia de la que yo mismo, en plan reporteril, me retracto, y exijo averiguar el contenido de cualquier secreto, pues como dijera Madame Blavatsky, fundadora de la Sociedad Teosófica, el que tenga ojos para ver que vea, y el que no, que no, oséayase: el conocimiento debe circular para que lo capte aquel a quien le sea de utilidad).
¡Bravo! Magnífico intento, pero da la casualidad de que la única persona que debe conocer no tan solo uno, sino todos mis secretos, es el barman, porque: 1. Es discreto. 2. Se divierte con su trabajo. Y 3. Me divierto con su trabajo.
Ahora que lo pienso, quizá él pueda recordarme lo que olvidé. Voy a verlo. Ai’ luego nos topamos. Besitos.