Día de Muertos: del misticismo a lo real
- · Cada año en México y Tabasco se celebra a los fieles difuntos con rezos, altares y ofrendas que dan vida
- · El culto a la muerte viene desde tiempos atrás y es parte de la cultura nacional.
- · La gastronomía es otro apartado que no se queda atrás, pues los tradicionales tamales, dulces y pan de muerto de la época son una delicia para el paladar
Zito Cuevas Sosa
Está cerca el Día de Muertos, tradición
que en muchos países, incluyendo a México, genera expectación. La idea de
mezclar ambos mundos –según las creencias antiguas, el de los vivos y muertos-,
más que sorpresa genera misticismo. La muerte es parte de la vida. Los pueblos
antiguos han rendido culto a la otra cara que tenemos escondida. Los mayas, por
citar un ejemplo, pensaban que morir era sólo cambiar de estado.
A la cosmogonía propia de esta
celebración se suma el arte culinario, tan propio y extendido en los días de
noviembre. El Hanal Pixan o comida de muertos en Yucatán data de muchos años
atrás, incluso antes de la conquista. La tradición maya señala que al morir una
persona sólo abandonaba lo terrenal, nunca lo espiritual. De esta forma, tras
la cosecha, se realizaba un gran festín que incluía toda clase de platillos al
que además estaban invitados tanto vivos como muertos.
Degustar la tradicional comida de
muertos es un deleite. Quién no ha probado los ricos tamales servidos en las
mesas. Existe una gran variedad de este platillo en diferentes partes de la
república. Lo mismo los hay de mole, que torteados, rellenos de carne de
puerco, pollo, que de chipilín y mezclados, todos acompañados de un rico
chocolate espeso, o café negro.
“La muerte es un espejo que
refleja las más vanas gesticulaciones de la vida”, señalaba Octavio Paz en su
Laberinto de la Soledad. En efecto, somos el reflejo de nuestra vida en la
muerte. Para algunos morir es descansar totalmente de las penas. El mundo
terrenal está ínfimamente ligado al espiritual. El portal del más allá cobra
vida y se abre para permitir el libre acceso de las almas, que gustosas acuden
a reunirse con sus familiares.
Los altares, otra tradición que
resalta la naturalidad y grandeza del Día de Muertos están a la espera de los
“curiosos” visitantes. Adornados con ramas, con guano, con varas de palmera;
entre papales de colores, con tonos morados, rojos y blancos que representan la
santidad; con platillos diversos que destacan por ser del gusto del “muertito”
y que son ofrendados con veladoras y rezos. Estas mesas llenas de vida son
parte de la celebración.
Es difícil combatir el alto
consumismo en México, sobre todo por los grandes consorcios que combinan sus
publicidades con la tradición mexicana y el portentoso Halloween. Entonces
venden artículos referentes a las brujas, aunque sin dejar de lado el pan de
muerto y los dulces que son muy venerados por estas fechas y que, por supuesto,
tienen gran demanda.
La celebración renace en cada uno
de los mexicanos. Es como despertar un día en medio de altares y tumbas para
dejarse envolver con el manto oscuro del ser cadavérico y omnipotente que nos
tiene en sus manos. Doña Muerte ha sido representada de la mejor manera con el
talento del mexicano José Guadalupe Posada, que mediante dibujos nos demuestra
que la Catrina es figura de culto y veneración.
En la cinematografía, también se
rinde culto a la muerte. Los escenarios excéntricos y desoladores que nos
muestra el genial Tim Burton han generado un mayor interés de las nuevas
generaciones a la viva tradición. El que cuerpos extraños y muertos que visten
y hablan se muevan en mundos paralelos lo convierten en una fantástica fábula
de cine.
Como ya es costumbre, cercana la
fecha de los muertos, familiares y amigos de los difuntos acuden a los
camposantos a limpiar las tumbas que después lucen olvidadas. Entonces la
pintura y el lavado de las criptas les devuelven un poco de vida. El singular
estado de vivir un día para morir todo el año nos indica que no hay peor forma
de fallecer que el olvido mismo. Hay muertos con mucha vida y vivos sin
descanso.