Columna "En mis Tiempos Libres"
Minuette Barragán
Mi
perrita Bombón. Ahora la veo, la veo y me remonta al pasado cuando aún era una
pequeña.
Era un
día lluvioso, íbamos camino a Villahermosa al departamento donde la
compraríamos, pues una amiga de mi madre la vendía, a Bombón y a su hermanita.
Todos dudando sobre el nombre que ella tendría. Decidimos Bombón por el
personaje de las chicas superpoderosas.
Al fin
llegamos, subimos las escaleras ansiosos por tenerla en nuestros brazos.
Tocamos a la puerta, la amiga de mi madre abrió con nuestra pequeñita Bombón en
sus manos. La madre de Bombón, una perra grande, hermosa, sacaba su hocico por
la reja protectora de la entrada. Nosotros los humanos lloramos porque
razonamos, los animales quizá tengan una chispa de humanidad. Y por esa razón,
pienso yo, su madre lloraba, sabía que le quitaban una vida que ella había
traído a este mundo.
Bombón
era tan pequeña que entraba en mis manos. Corría por el patio de mi casa, caía
y se volvía a levantar. Siempre una perra cariñosa, coqueta con los moñitos de
colores que mi madre le pone de vez en cuando en sus blancas y esponjadas
orejas.
Eran
entre las 6:30 y 7:00 de la mañana de un jueves, mi madre salió a dejarnos al
colegio a mí y a mi hermano, como cada día de semana laboral. Al regreso ella
se sorprende del desastre que había debajo de la mesa del comedor. La lonchera
que usaba para el trabajo se hallaba en el suelo, rota. Servilletas
destrozadas, babeadas; se había comido su desayuno. A causa de eso la castigó
durante un mes: no le daba de nuestra comida, no la dejaba subirse a su cama y
no la sacaba a pasear en la camioneta. Días después del mes de castigo
cumplido, le pedimos que hiciera el famoso truco de dar la patita, ese que es
como si los animales fueran humanos y nos saludaran educadamente. Años antes
habíamos tratado que lo hiciera y nunca ocurrió. “Salúdame”, le dijo mi madre a
Bombón poniendo su mano lista para recibir la patita de aquel animalito. Vimos
como ante la orden el animal respondió y todos le aplaudimos y festejamos muy
boyantes y orgullosos.
Ahora,
once años después de ese día lluvioso y dos años después del castigo, gracias a
algunos fármacos y ungüentos por problemas que acarrea la vejez, ella sigue tan
activa y alegre como siempre.